Es una de las competiciones más emblemáticas de la geografía española por su belleza y organización que se lleva a cabo en las inmediaciones de la localidad cántabra de Cabezón de la Sal. Durante una jornada, más de 10000 deportistas entre ciclistas, corredores y andarines dejamos atrás nuestras rutinas diarias y nos lanzamos a una increíble aventura en estas maravillosas tierras. Es una prueba de superación, esfuerzo y ahínco donde la clave no esta en lo entrenado, pues de nada vale la forma física si no cuentas con la ilusión por cumplir el reto.
Atrás queda el día a día, la rutina o los problemas personales; lo que nos ha traído hasta aquí es el objetivo común de conocernos a nosotros mismos, descubrir nuestros limites y disfrutar del momento con la compañía adecuada. El simple hecho de intentarlo ya supone una victoria sobre nosotros mismos y es la prueba de que estamos hechos de otra pasta. Si encima lo acabamos, la sensación es indescriptible. Se trata de disfrutar del momento, de la montaña y de las personas, sin riesgos ni contra-indicaciones, con gente sana que de verdad importa.
El ambiente respalda la jornada. Corredores y paisanos toman parte a partes iguales del evento, unos animando, otros animados, dan vida a la prueba desde el primer momento. Numerosas categorías, carreras y marchas, todas bajo el mismo título «Los 10000 del Soplao». En nuestro caso, «Ruta a pie» con prácticamente 50 km de recorrido y más de 2200m de desnivel acumulado, recorriendo bosques y montañas de este inigualable paraje del Parque Natural de Saja Besaya.
La lluvia nos recibe a la salida. Las piernas nerviosas y expectantes se preparan para lo que está por llegar. El comienzo se retrasa unos minutos pero bajo el sonido, ya tradicional de «Thunderstruck» de AC/DC se inicia por fin la prueba. Los pelos de punta… El tramo por las calles asfaltado de un pueblo que nos anima, ya bastante acostumbrado a esta jornada, nos va sirviendo como calentamiento.
Una primera subida plagada de participantes nos situará en lo alto de Canto Redondo, desde donde vemos con perspectiva el pueblo de Cabezón de la Sal que dejamos atrás. Las vistas son excelentes y el sentimiento de que merece la pena estar aquí comienza a hacerse presente. En seguida afrontaremos el tramo más difícil, o al menos el más técnico, una bajada de 600 m de desnivel en la que una cuerda procura ayudarnos a despejar la sensación de enfrentarnos a un precipicio.
Una vez salvada la bajada, una pista forestal nos acerca, a través del Puente de Saja, al pueblo de Ruente donde compartimos ruta con los compañeros de la BTT. El pueblo anima, y son esas voces de niños y ancianos las que nos hacen venirnos arriba y continuar nuestro camino.
Tras este primer punto de apoyo, y habiendo superado los primeros 10 km, nos dirigimos pista arriba hacia un monte que nos descubre a media ladera los encantos de la campa cantábrica. Y atravesando un precioso hayedo llegamos por fin al primer punto de avituallamiento. El camino hasta aquí nos ha resultado placentero y nuestras piernas no parece haber acusado demasiado el desgaste de los kilómetros recorridos.
Campa Uceda nos recibe con una actividad frenética. A todos los que bajamos andando se nos unen de nuevo todos los ciclistas que buscan su refrigerio para partir de nuevo para continuar su duro camino. Se trata de una mezcla se sensaciones entre ciclistas y andarines.
Después de reponer liquido y alimento continuamos nuestro reto. Las fuerzas ya van flaqueando pero el espíritu continúa intacto. Desde el avituallamiento comenzamos a subir hasta situarnos a media ladera y adentrarnos en un precioso y mágico bosque de hayas bordeando varios valles del Parque Natural de Saja Besaya denominada Ruta de los Puentes. Bajo la capa de las ramas de estos enigmáticos árboles, cruzamos puentes de pequeños arroyos de montaña y contamos confidencias con nuestros compañeros de aventura. Es en estos momentos de dura pausa cuando surge la complicidad con ellos y una gran amistad comienza a forjarse.
Y después de varios kilómetros de paz y tranquilidad llegamos a La Cotera, donde, después de un pequeño avituallamiento liquido, comienza de nuevo la batalla. Se dan las últimas consignas y comenzamos a subir las duras y exigentes rampas camino del Toral. Quizás esta sea una de las partes más complicadas de toda la ruta con tres tramos con un desnivel bastante pronunciado.
Y por fin llega lo que todos estábamos esperando. La ascensión al pico más emblemático de Los 10000 del Soplao, el Alto del Toral. La ascensión por antonomasia, la que todos soñamos ascender desde que comenzamos por la mañana. Y no defrauda…
Una vez alcanzada la cima, te sientes el rey del mundo. La carrera está hecha y a partir de aquí todo es disfrute. El aire refresca el ambiente, y oxigena el espíritu ya colmado de logro. Las vistas a ambos lados del cordal son el regalo al esfuerzo realizado.
Y al fondo, a la vista, la carpa en el Cueto del Arenal, que presume de esos «huevos con salchichas» prometidos al inicio. Esa meta parcial que es, a fin de cuentas, la esencia de nuestra marcha. Pues es punto de encuentro, de relax, de victoria, y, qué narices, porque tras 8 horas de caminata, sólo pensar en ellos ya es reconfortante.
Una exquisita comida compartida, cedida por los paisanos del pueblo, de cariz familiar, que da lugar a risas y vaciles (fruto quizás del vino que los acompaña). Y, al terminar, comienza «el inicio del fin». Alguno comenta, que a partir de este momento, hay que disfrutar cada instante, pues esto se acaba y ha sido increíble. Otros dicen que no está todo hecho, y que hasta que no se vean abajo no se puede cantar victoria. Para algunos, este es el tramo más tedioso, pues las bajadas nunca son sencillas. Sea como sea, nos ponemos en marcha hacia la siguiente etapa. La senda desciende desde el monte donde hemos comido, relaja la pendiente, y nos ofrece de nuevo vistas de todos los pueblos de la zona, y del mar en el horizonte. Fácilmente se divisa el trazado que queda por recorrer, y, al fondo, el pueblo objetivo.
Estos últimos kilómetros son golosos para aquellos que disfrutan de las bajadas «al trote», y para los que no, son suficientemente sencillos de abordar (nada comparado con el «precipicio» que bajamos a la mañana). Y a estas alturas se empieza a hacer resumen de la jornada, a ser conscientes de lo que uno puede llegar a alcanzar. A darse cuenta de cada momento sufrido y disfrutado, de las limitaciones, y también de las capacidades; un pequeño momento de meditación y encuentro con uno mismo.
Al fondo de la pista comienza el asfalto que nos emboca directos al pueblo vecino de Mazcuerras, que dista apenas 5 km de nuestro destino, donde los vecinos se vuelcan con los corredores. Desde aquí nos dirigimos al final, atravesando el bonito puente, que cruza el rio Saja.
Saber que la entrada transcurre a través de la calle principal, que la gente espera deseosa de animarte y acompañarte en los últimos pasos, es de nuevo fuente de energía. El final del camino da pie a fotos del paisaje; también a observar el camino que casi medio día antes hemos recorrido, a hacernos conscientes del cansancio acumulado y a empezar a hacer balance de un «Soplao» más.
Y cuando por fin se toma el camino a meta, la adrenalina comienza a brotar y a vencer el cansancio. Los aplausos se vuelven música de fondo y la satisfacción comienza a llenarte por dentro.
¡RETO CONSEGUIDO!
La satisfacción es completa y los abrazos con los compañeros de aventura que han estado a tu lado en todo momento durante los momentos difíciles, signo de que algo muy importante ha sido conseguido.
Sólo queda esperar al resto de compañeros que van entrando y felicitarles por logro obtenido. Todos y cada uno de ellos forman ya parte de nuestra gran hazaña por la que debemos sentirnos muy orgullosos.
¡Enhorabuena a todos los que nos embarcamos en esta gesta, amigos de La Senda de Arroyo y a Maru, compañera de ruta, del Club Montañeros de Pradoluengo!
Ya en casa, tenemos esa extraña y a la vez placentera sensación de no saber qué decir. «Sin palabras», que es al fin y al cabo lo que se dice cuando premia más el sentimiento que la capacidad de describirlo.
Como epílogo, el entorno, la compañía y la predisposición a disfrutar. Como nudo: el feeling, la confianza, y el encuentro y descubrimiento de gente especial. Como final, no encontramos final. Un postre dulce de sensaciones increíbles, chupito de ánimos y copa de energía.
Y «la segura certeza de que antes o después se volverán a encontrar».
Impresionante como siempre Arturo…lo he revivido como años atrás.Lo has expresado a la perfección. Enhorabuena por haber disfrutado de otro Soplao.
No se puede describir mejor. Este año es la segunda vez que lo hago y deja un recuerdo imborrable y las ganas de volver el año próximo. Un saludo.
Arturo, muchas gracias por tu crónica, muy emocionante. Me alegro mucho de haber compartido contigo este magnífico reto.
Luismi
Gracias a ti por acompañarnos y formar parte de este grupo