Siete lagos entre la niebla, Parque Natural de Rila, Bulgaria

En nuestro viaje por Bulgaria, nuestros amigos nos llevaron a visitar el Parque Natural de Rila, un espacio protegido que abarca las montañas más altas de la península balcánica y que guarda algunos de los paisajes más impresionantes de Europa. Con más de 80 000 hectáreas de extensión, este parque es famoso por sus cumbres que superan los 2500 metros, sus valles glaciares, ríos cristalinos y, sobre todo, por la presencia de los emblemáticos lagos de origen glaciar que lo convierten en un lugar único. Además de su valor paisajístico, el Parque Natural de Rila es un auténtico refugio de biodiversidad, hogar de osos pardos, cabras montesas, ciervos, águilas reales y una flora adaptada a la alta montaña que florece en verano creando un mosaico de colores. Caminar por sus senderos no es solo recorrer un entorno natural majestuoso, sino también acercarse a la historia y la cultura de Bulgaria, pues estas montañas han sido escenario de leyendas, tradiciones y peregrinaciones espirituales que aún hoy siguen vivas.

El día previo a nuestra excursión, habíamos visitado el Monasterio de Rila, uno de los tesoros culturales y espirituales más importantes de Bulgaria. Fundado en el siglo X por san Juan de Rila, este monasterio ortodoxo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es famoso por sus murales llenos de color, sus arcadas decoradas y su impresionante iglesia principal dedicada a la Natividad de la Virgen. Rodeado de bosques densos y montañas, el monasterio no solo ha sido centro religioso, sino también refugio de la identidad búlgara en épocas de dominación otomana. Recorrer sus patios empedrados, escuchar las campanas y contemplar la armonía entre arquitectura y naturaleza fue una experiencia que nos preparó, casi sin darnos cuenta, para la conexión espiritual y paisajística que viviríamos al día siguiente en las Siete Lagunas de Rila.

Muy cerca del monasterio, aprovechamos también para visitar la cueva de San Juan de Rila, el lugar donde el santo eremita pasó gran parte de su vida en soledad y oración. Es un lugar de peregrinación. El pequeño espacio, excavado en la roca, transmite una atmósfera de recogimiento que invita al silencio y a la reflexión. Entrar en esa cueva nos permitió sentir de cerca la sencillez y la fuerza espiritual que dieron origen a todo lo que hoy representa el monasterio.

Si el día anterior nos habíamos empapado de historia y espiritualidad en el Monasterio de Rila y en la cueva de San Juan, con esas vivencias aún frescas en la memoria emprendimos la jornada siguiente en plena montaña. Una mirada envuelta en niebla sobre los lagos glaciares de Rila nos invita a comenzar este viaje narrativo inmerso en misterio y asombro.

Desde el mismo inicio, nuestro relato nace en altura: tras tomar el remonte que parte del refugio Pionerska, ascendemos unos minutos hasta alcanzar el refugio Rilski Ezera, ubicado a aproximadamente 2 100 metros sobre el nivel del mar. Es aquí donde se inicia nuestra travesía, en un ambiente ya impregnado de la frescura y el aire puro de la alta montaña.

Comienza nuestra ruta circular, y pronto damos con los famosos lagos, cada uno con una identidad ligada a su forma y esencia. Dolnoto Ezero (Lago Inferior) es el más bajo, situado a unos 2 095 metros. Luego aparece Ribnoto Ezero (Lago del Pez), el más superficial, con aguas claras y transparentes. A continuación se encuentra Trilistnika (El Trébol), de perfil irregular y orillas suaves, y poco después Bliznaka (El Gemelo), el más extenso por superficie. Seguimos ascendiendo hasta el corazón lacustre más conocido: Babreka (El Riñón), famoso por sus empinadas orillas y su forma inconfundible. Más arriba nos sorprende Okoto (El Ojo), el más profundo de todos con más de 37 metros, de contorno ovalado perfecto y aguas oscuras que parecen guardar secretos ancestrales. Finalmente alcanzamos Salzata (La Lágrima), el más alto de los siete, de aguas tan cristalinas que parecen llorar pureza.

Aquel día, la niebla era una presencia constante, envolviendo los senderos y reduciendo el horizonte visible. A veces nos permitía atisbar un fragmento de paisaje, un reflejo o la silueta lejana de una cima; otras, simplemente lo ocultaba todo, invitándonos a caminar con el pulso acelerado y la curiosidad despierta. La niebla, con su abrazo húmedo, añadió dramatismo al entorno y nos recordó la fuerza indómita de la naturaleza.

A mitad del camino nos sorprendió un grupo de personas que bailaban en círculos, tomados de las manos, al son de una música suave. Nos contaron que eran seguidores de la Hermandad Blanca y que cada verano se reúnen el 19 de agosto, junto a los lagos de Rila para practicar la paneurhythmy, una danza espiritual que simboliza la unión entre el ser humano, la naturaleza y lo divino. Fue un momento inesperado que llenó de magia nuestra ruta y nos recordó que la montaña también es un lugar de encuentro cultural y espiritual.

Desde Salzata decidimos prolongar la aventura hasta el pico Ezernia Vrah, que se alza a 2 677 metros. El ascenso exigía intensidad: cada paso ganaba terreno entre rocas y viento, y la vista, cuando la bruma se apartaba, nos regalaba un panorama de lagos y montañas que rozaban lo eterno. Pero la niebla volvió a aparecer, bailando entre crestas y nubes, recordándonos la fugacidad de los momentos claros en alta montaña.

El descenso lo abordamos por una vía alternativa, buscando otros espejos de agua que no estaban incluidos en la ruta principal. Descubrimos pequeños lagos y charcos glaciares escondidos en valles, secretos que parecían susurrarnos historias antiguas mientras regresábamos al refugio, ya con la luz tamizada por la atmósfera húmeda de la tarde.

Todo ello lo vivimos de la mejor manera posible: acompañados por nuestros amigos, que hicieron de guías espectaculares y nos mostraron no solo los senderos, sino también parte de su cultura y tradiciones. Gracias a ellos entendimos mejor la historia y el espíritu que rodea a estas montañas, y el viaje se convirtió en una experiencia compartida que unió naturaleza y amistad.

Esta experiencia no fue solo un recorrido físico, sino un aprendizaje profundo. El misterio de la niebla, la belleza de los lagos con nombres que nacen de su apariencia, el reto de subir hasta Ezernia Vrah: todo ello nos enseñó sobre geografía, glaciares y climas cambiantes, pero también sobre respeto, curiosidad y compañerismo.

¡Nos vemos en la montaña!

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