Entre paraíso y ceniza en los Picos de Europa

Comenzar una ruta en Cordiñanes, en pleno corazón de los Picos de Europa, es siempre sinónimo de aventura. Dejamos el coche en el aparcamiento y, aunque el día estaba nublado, algunos claros nos animaban a arrancar con energía. Nada más empezar, el camino nos sorprende con un tramo aéreo equipado con cadenas, un inicio emocionante que obliga a caminar con precaución y que marca el tono de lo que vendrá después. Tras esta primera parte, el sendero se adentra en el hayedo de Asotín, un bosque de gran belleza que aporta frescor y calma antes de que empiece la verdadera subida.

Pronto alcanzamos la Vega de Asotín, un lugar perfecto para descansar y tomar aire. Allí, rodeados de montañas, uno siente que está en un pequeño paraíso escondido. Desde este punto comienza la parte más dura de la ruta: la ascensión hacia el Refugio de Collado Jermoso pasando por el Collado Solano. El esfuerzo es considerable, con tramos empinados que ponen a prueba las piernas, pero cada paso ofrece unas vistas más amplias y espectaculares que hacen olvidar el cansancio.

Llegar al Refugio de Collado Jermoso es un premio en sí mismo. El lugar está situado en un balcón natural con panorámicas impresionantes del Macizo Central de los Picos. Allí, la recompensa es doble: una cerveza que sabe a gloria después del esfuerzo, la comida que repone fuerzas y el simple hecho de sentarse a disfrutar del paisaje. Incluso da tiempo a comprar una camiseta de recuerdo antes de continuar.

El regreso se realiza por las Colladinas, un tramo lleno de encanto con pasos y crestas calizas que parecen sacadas de una postal. Durante esta parte del recorrido nos llama la atención el color anaranjado de algunas rocas, fruto de la oxidación del hierro, y la presencia de varios rebecos que se cruzan en nuestro camino, recordándonos que la montaña es su hogar.

Desde allí se desciende hacia la Vega de Liordes, y después el camino nos devuelve hacia la Vega de Asotín por una bajada muy pronunciada.

La última parte de la jornada, desde la Vega de Asotín hasta el aparcamiento de Cordiñanes, se hace especialmente larga. El regreso por el hayedo, que a la subida nos había parecido acogedor y fresco, ahora se siente interminable, con las piernas ya pesadas tras tantos kilómetros y desnivel. El tramo expuesto con cadenas, que al inicio fue emocionante, se convierte en un obstáculo exigente donde hay que sacar las últimas fuerzas y mantener la concentración. Cada paso hacia abajo recuerda el esfuerzo acumulado, y llegar al aparcamiento supone casi un alivio físico, pero también la satisfacción plena de haber completado una ruta dura y extraordinaria en el corazón de los Picos de Europa.

En total, la ruta suma unos 1.500 metros de desnivel positivo y 1500 de negativo, lo que la convierte en un itinerario exigente físicamente, aunque sin pasos demasiado complicados. El esfuerzo, sin embargo, se ve compensado en todo momento por la belleza del entorno, los contrastes de paisajes y la sensación de aventura.

De vuelta en el coche, la emoción de la ruta se convierte en un nudo en el estómago. A los lados de la carretera aparecen las laderas ennegrecidas, árboles calcinados, un paisaje herido que cuesta mirar. Da rabia pensar que aquello que la naturaleza tardó siglos en construir pueda desaparecer en apenas unas horas de fuego. Impotencia al saber que muchos de estos incendios no son casuales, que detrás suele haber descuido o mano humana. El contraste con lo que acabamos de vivir en la montaña es brutal: del verde y la vida, al negro y el silencio. Un golpe de realidad que duele y que deja la sensación de que estamos perdiendo algo irremplazable.

Si nos dejan ¡Nos vemos en la montaña!

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.