Himalaya, día 3: Shingo – Skiu – Valle de Markha – yaks, erosión y luz eléctrica.

Salimos pronto por el valle de Shingo después de desayunar. Nada más asomar a la puerta del alojamiento, sorpresa: un yak pastando tranquilo frente a nosotros. Nos explican que por estas zonas habitadas suelen ser cruces de yak y vaca doméstica, más dóciles y muy resistentes al frío. Pelaje espeso, paso firme y mirada de “esto es mi terreno”.

La mañana arranca con una bajada sencilla que nos deja ver de cerca la fuerza del agua: la erosión ha tallado cañones espectaculares y barrancos que parecen dibujados a cincel. El sendero juega con el río y lo cruzamos varias veces sin mojarnos; piedras bien colocadas, bastón a mano y paciencia. Es de esos tramos en los que el paisaje manda y el reloj sobra.

Al abrirse el valle, cambia el decorado: empiezan a aparecer postes de luz. La electricidad ha llegado a estos rincones y se nota en detalles pequeños: una bombilla en la entrada de una casa, un panel en un tejado, un cable que sigue el camino. Contrasta con la soledad de los días anteriores y nos hace pensar en lo que gana y pierde un valle cuando se conecta.

Entramos en Skiu, donde el valle de Shingo se une con el valle de Markha y su río caudaloso. A partir de aquí remontamos el Markha. El primer tramo está muy humanizado: carretera cerca del cauce y más postes. Hay carretera hasta Markha y se nota en el ir y venir de gente. Aun así, la inmensidad manda: según avanzamos, se abren valles laterales enormes y la escala te deja en silencio. Entre laderas, asoma algún fuerte o ruina defensiva que recuerda que estos pasos fueron rutas de conexión mucho antes de que nosotros llegáramos con nuestras mochilas.

Hacemos una parada en un surgimiento de agua. Sale helada, directa de la montaña. Refresca manos y cara y nos devuelve a la marcha con otro ánimo. El camino, sin ser duro, se alarga; el valle te pide más mirada que prisa.

Llegamos a la homestay de Sara-Pa, algo más tarde que otros días. Ritual sagrado: té caliente al entrar y botas fuera. El baño seco es del mismo estilo que ya conocemos, pero aquí han añadido un asiento para apoyar bien las nalgas. Puede parecer un detalle, pero a estas alturas del viaje es un auténtico lujo. Hoy incluso podemos lavar la ropa.

La cena sigue el patrón que ya nos hemos aprendido (y que no nos cansa): base de arroz con salsa de verduras locales y, según toque, guiso de carne o lentejas. Mezclar y para dentro: sencillo y buenísimo. Después, un rato de charla con otros huéspedes, intercambio de rutas y consejos, y a la cama. Mañana, más Markha y, seguro, más historias que contar.

Notas mentales:

  • La erosión fluvial talla cañones y mueve sedimentos valle abajo; mejor no caminar por taludes inestables tras lluvias.
  • En los cruces de río, paso corto, bastón y mirar la corriente; si dudas, busca otro punto.
  • La electrificación trae bienestar, pero también impacto visual y más tránsito: equilibrio y respeto en el uso del valle.

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