El Pico Toloño, con sus 1.277 metros de altitud, es uno de los destinos más icónicos de antiguamente llamada Sierra de Cantabria, situada en la frontera entre el País Vasco y La Rioja. Esta montaña, además de ser un lugar de gran interés natural, está cargada de historia y tradición, convirtiéndola en una experiencia única para quienes buscan explorar la naturaleza, el pasado y la conexión entre ambos.

Partimos desde el Monasterio de San Ginés, un antiguo lugar de retiro espiritual ubicado en un enclave rodeado de naturaleza, reconvertido en un restaurante. Desde aquí, nos adentramos en un bosque de encinas, donde el entorno nos envuelve con su atmósfera fresca y misteriosa.

Este ecosistema, caracterizado por la dominancia de las encinas, esconde un equilibrio natural fascinante. Algunas especies, como los pinos, intentan sobresalir tímidamente en esta densa cobertura arbórea, luchando por alcanzar la luz solar en una competencia silenciosa pero constante.






Durante este tramo, una densa niebla cubre todo el entorno, limitando nuestra visibilidad y añadiendo un aire místico a la caminata. Cada paso está acompañado por el crujido de las hojas secas bajo los pies y el susurro del viento, creando una sensación de desconexión total del mundo moderno, que tanto nos hace falta en los últimos días.
A medida que ascendemos, la vegetación comienza gradualmente a desaparecer, dejando paso a un terreno más rocoso y expuesto. Este cambio marca la transición hacia las alturas del Pico Toloño, donde las condiciones son más duras. Antes de llegar a la cima, hacemos una parada en las ruinas del Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, también conocido como el Monasterio de Toloño.




Construido entre los siglos XIV y XV por la Orden de San Jerónimo, este monasterio tuvo un papel central en la vida religiosa y social de la región. Aunque hoy solo quedan sus restos, las ruinas evocan un pasado lleno de espiritualidad y esfuerzo humano. La niebla que rodea el lugar acentúa su atmósfera de misterio, convirtiéndolo en un punto que invita a reflexionar sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza.

Finalmente, alcanzamos la cima del Pico Toloño, separada 50 metros de su vértice geodésico, en la línea de separación del País Vasco y La Rioja. La espesa niebla no nos permite disfrutar de las vistas panorámicas que suelen ofrecerse desde este punto. A pesar de ello, la sensación de logro y la conexión con el entorno hacen que el esfuerzo valiera la pena.








Iniciamos el descenso rodeando la Peña del Toloño, donde el paisaje cambia por completo al adentrarnos en un espectacular hayedo otoñal.




El suelo está cubierto por una alfombra de hojas en tonos ocres, dorados y marrones, que crujen suavemente con cada paso. Estas hojas, lejos de ser un simple residuo, son un elemento esencial en el ciclo del bosque, proporcionando los nutrientes necesarios para la próxima temporada.


La niebla comienza a disiparse en este tramo, revelando vistas impresionantes de lo que habíamos recorrido esa mañana. Por primera vez, podemos contemplar la magnitud de la montaña y la diversidad de ecosistemas que habíamos atravesado. Este momento nos permite apreciar plenamente la grandeza del Pico Toloño, que durante la mañana había estado oculta tras el manto de niebla.









En el descenso, sin la molesta niebla, las vistas se vuelven hacia los valles de la Rioja Alavesa, una región famosa por sus viñedos y excelentes vinos. Los viñedos, alineados en perfectas filas y salpicados de colores otoñales, crean un mosaico único que enriquece aún más la experiencia. Esta región, que combina tradición y naturaleza, es un testimonio del esfuerzo humano por aprovechar la tierra respetándola al mismo tiempo.



Esta ruta nos recuerda que cada estación del año tiene su magia y que, incluso en la niebla y el silencio, la naturaleza siempre tiene algo que enseñarnos.

¡Nos vemos en la montaña!