Después de un sueño reparador, nos levantamos a las 6 de la mañana para evitar las horas de más calor. Hoy es cuando comenzamos realmente el trekking. ¡Que nervios!

Para nuestra aventura, que comienza a 1665 metros de altitud, van a acompañarnos siete mulas con siete muleros, un cocinero llamado Yousef y el guía Mohamed. Nuestro guía es natural de un pueblecito del Valle de Rosas, entre el Alto Atlas y el Antiatlas y no habla prácticamente nada de español. Sólo algo de francés. Mirándonos entre nosotros comprobamos que ninguno de nosotros sabe ni papa de francés. La comunicación va a ser complicada. Una lástima por que le daría un plus a este espectacular viaje.




Todos los días al amanecer, bajaremos el macuto grande que llevamos de equipaje para que lo porten las mulas y nos llevaremos con nosotros una mochila más pequeña con agua y objetos de primera necesidad para las rutas. Los muleros con los animales realizarán prácticamente el mismo camino que haremos nosotros.
Desayunamos un buen café o té, según las preferencias, con pan y mermelada de frambuesa, melocotón o higos y los más golosos una especie de Nutella propia del país. Hoy es de los poco días que comeremos en mesa, por lo que debemos saborearlo.
Llevamos con nosotros gran cantidad de agua, por las altas temperaturas, potabilizada con las pastillas que compramos en España. Es importante potabilizar el agua que ingiramos si no queremos tener algún problema estomacal más o menos serio durante el trekking. La mayoría de nosotros llevamos dos bidones de 1 y 1,6 litros respectivamente, a los que echaremos 1 y 2 pastillas potabilizadoras, respectivamente. Por el camino iremos recogiendo agua de manantiales, por lo que debemos estar muy atentos para no olvidarnos de echar las pastillas.
Después de despedirnos de los muleros a los que dejamos preparando el equipaje para colocarlo en las mulas, salimos en dirección a Rougolt, atravesando varias aldeas. Comenzamos a subir de forma progresiva.
Estamos en zona bereber. Los beréberes son un conjunto de pueblos que viven en el Norte de África, de origen desconocido. Se sabe que ya estaban establecidos en el Norte del continente africano antes de la llegada de los árabes, hacia principios del siglo VIII. Los pueblos beréberes han vivido en las zonas más aisladas de la región sufriendo un sinfín de oleadas de conquistas y ocupaciones de cartagineses, romanos, vándalos, bizantinos, árabes, portugueses y españoles y los franceses a principios del XX. Poco a poco iremos conociendo algunas de sus costumbres y algunas palabras de sus distintas lenguas.







Salimos de ABACHKOU cruzando el rio que seguiremos por su margen izquierdo durante la mitad de la ruta. Nos empezamos a dar cuenta que va a ser una experiencia inolvidable. Es muy temprano y prácticamente no hay nadie en las calles del pueblo.




En las vegas del pequeño río que vamos siguiendo, encontramos varias mujeres trabajando con la hoz y el azadón en mano, para intentar sacar el mejor rendimiento posible a una tierra falta del líquido elemento durante grandes periodos de tiempo.

Según avanzamos contemplamos las pobres edificaciones de adobe, que forman parte del paisaje del sur de Marruecos. Estas construcciones bereberes se adaptan al clima de esta zona árida (de extremo frío en invierno y calor en verano), gracias a la sabiduría de los maestros artesanos de aquel entonces. El barro, la paja y las piedras son las materias que usan mediante la técnica del tapial, mientras que las palmeras proporcionan las vigas con sus troncos y el tejado con sus hojas entremezcladas con caña. Materiales perfectos contra los cambios de temperatura pero muy frágiles ante las lluvias, que les obliga a periódicas reconstrucciones. Menos mal que la pluviosidad es esta zona es bastante baja.






Las más grandes permitían albergar al ganado y a varias familias en su interior. Su ubicación también es estratégica, ya que por lo general fueron levantadas encima de las colinas y cerca de los ríos y oasis para disponer de agua cerca.
Dependiendo del color del barro del terreno los pueblos lucirán distintas tonalidades. Según vamos ascendiendo cambiamos los conglomerados de areniscas rojas a las calizas grises.





A nuestro paso, por cada vivienda que pasamos, se asoman curiosos multitud de niños y niñas para contemplar nuestro caminar. Es una mezcla de curiosidad y timidez. Son encantadores y nos saludan con sus pequeñas manos para desearnos un buen camino.




Aquí no hay ordenadores ni videoconsolas. Los juegos son mucho más simples. Vemos chavales con el aro o balones. O simplemente ayudando a sus padres en sus quehaceres diarios. ¡Que recuerdos de juventud! Cuando pasábamos más tiempo en la calle…
Según vamos ascendiendo, el paisaje se está volviendo más montañoso y desértico, moteado únicamente por milenarias sabinas, muy separadas unas de otras debido a la competencia por el agua.
A media mañana, en una de las paradas, Mohamed saca una bolsa repleta de frutos secos y dátiles, que nos ofrece a todo el grupo. Están deliciosos. Hay que estar avispado si no quieres quedarte sin estos últimos. Durante los siguientes días se repetirá el ritual.




Cruzamos con otras personas que circulan en dirección contraria a nosotros
Durante este tramo la orografía del lugar también nos llama la atención. Podemos ver una serie espectacular de pliegues, donde relacionando la tectónica y sedimentación de la zona podríamos conseguir una cronología perfecta de la deformación sufrida y de sus sedimentos. Interpretando los datos correctamente, estableceríamos con precisión la historia geológica del levantamiento alpino en el Alto Atlas.
Pero eso se lo dejamos para los geólogos…






La orografía es espectacular pudiendo ver perfectamente los diferentes estratos acumulados durante millones de años
En uno de estos preciosos árboles nos han preparado un improvisado restaurante, donde damos cuenta de las delicias gastronómicas de esta tierra preparadas por Yousef. Hoy tenemos pasta con tomate, cebolla, pimiento, maíz y otras delicias muy finamente picados. Deliciosa.





Después de meter los pies en el pequeño riachuelo que teníamos a nuestro lado y recoger los enseres del restaurante, reemprendemos la marcha.

La vegetación prácticamente ha desaparecido salvo unos arbustos bajos. Tras atravesar un pequeño cañón, la subida se hace más empinada, por lo que nos cuesta más la ascensión.


Flora y fauna













Después de un último esfuerzo, llegamos a la zona donde montaremos nuestro campamento a 2625 m de altura, un sitio muy apartado y tranquilo en plena montaña. Cuando llegamos, María nos recibe con gran alegría, como queriendo decir
– ¡Prueba conseguida! ¡Ya tenéis vuestras cervezas fresquitas en la mesa!
Pero nada más lejos de la realidad. El consumo de alcohol está restringido en Marruecos, por lo que nos va a ser prácticamente imposible degustar una cerveza acabadas nuestras rutas. A cambio, un fantástico té caliente nos estará esperando en nuestra haima como recompensa a una dura jornada de montaña. ¡Sobreviviremos!
Cuando llegamos los muleros han montado todas tiendas y las 2 haimas, una que hará las veces de cocina y dormitorio para los muleros y la otra para reunirnos para charlar y comer y que deberemos dejar también acondicionada para dormitorio. Esta última tiene las colchonetas colocadas alrededor del centro para podernos ver todos.






Las mulas también están acopladas recuperándose del duro día de trabajo que han tenido.


Hoy no disponemos de duchas, otra de las comodidades que no tendremos alguno de los días, aunque si contamos con un pequeño caño de agua que nos permitirá coger agua para el siguiente día, previa potabilización de la misma, y limpiarnos un poco la cara y las alas para no molestar demasiado a nuestro compañero de tienda.
La cena está buenísima. Sopa y ensalada. Yousef, el cocinero, nos pregunta utilizando las pocas palabras en nuestra lengua que conoce…
– ¿Bien? ¿Todo bien?
– Buenísimo – le respondemos.
La verdad es que Yousef es un magnífico cocinero al que vamos a coger mucho cariño a lo largo del camino. Lástima que el idioma sea una traba en nuestra relación con el. Nos lo hubiéramos pasado genial con sus historias.



Por la noche, después de cenar y antes de irnos a dormir, los muleros nos deleitan con unos cánticos y bailes propios bereberes. Nosotros también les sorprendemos con alguno de los nuestros…
Mi primer día en tienda de campaña me hace rememorar mis tiempos de juventud donde el agobio por las estrecheces hacía que no pudiera pegar ojo en toda la noche, saliendo de la tienda en varias ocasiones. En la oscuridad, sólo se oye el sonido de los cascos de las mulas y la respiración de mi compañero de tienda.
De las múltiples salidas fuera de la tienda, tuve la recompensa de unos cielos estrellados espectaculares que son prácticamente imposibles disfrutar en España por la contaminación lumínica de muchas zonas de nuestro país.
¡A ver si pasa la noche rápida!